My Story Continues
by Father Robert Fambrini, S.J. | 09/29/2019 | From Fr. FambriniThis week I have decided to take a break from the chronological order of my ministry history to compose an “overlay” letter which will attempt to explain my passion for social justice. This drive within me began even before I entered the Jesuits but, of course, the Jesuits had a hand in it.
I was a senior at St. Ignatius in San Francisco when I first read Dr. Martin Luther King’s letter from the Birmingham Jail. Something about that testimony grabbed me and perhaps, for the first time in my life, gave me an insight that my world experience was not exactly like everyone else’s. My admiration for the letter was enhanced years later when I learned that Dr. King had written the letter on the blank white margins of newspapers and had it smuggled out of prison. During my Jesuit years of formation I moved to St. Louis to study philosophy which never made sense to this very practical person until my theology studies several years later. There in the Midwest I met many Jesuits who had cut their social justice teeth at the Indian reservations in South Dakota. Again, I encountered a world experience much different from my own.
Those two years in St. Louis opened my eyes to the injustices in a struggling city both among the black population as well as the poor whites from Appalachia. This again was something very different from my own personal experience and called forth from me a response.
In the summer of 1972 I participated in a program in the Dominican Republic which had a dual purpose: the learning of Spanish and an exposure to how the slightest changes in American policies drastically affect Third World economies. During the impeachment summer of 1974 I worked at Sacred Heart of Jesus Parish in San Jose. The diocesan parish was alive with ministries which directly served the poor Hispanic population. Among them was an active organizing effort on behalf of the United Farm Workers Union. It was there that I met César Chávez and then became a regular presence at Safeway urging shoppers to boycott grapes and lettuce, much to the chagrin of my father, a lifetime Teamster.
During the Bicentennial summer I spent six weeks organizing a small neighborhood in the Oakland Hills. In many respects this became my first “parish” experience as I went from door to door in a four-square block area asking residents about their concerns. Over the next two years we got stop signs installed at dangerous intersections, challenged absentee landlords to clean up their properties and forced the city to identify the owners of abandoned houses which were a blight on the neighborhood. From then on I was bitten by the organizing bug and have made it an integral part of every parish of which I have been pastor. The opportunity to help people find their voice, experience power, and demand that their local government pay attention to their needs as residents and human beings spoke to me clearly of Gospel values. It is not the desire of God that people remain poor and powerless.
Along the way, I took a special interest in our government’s involvement in Central America. I remember to this day the morning at my first assignment in Santa Ana when I opened the LA Times and read on the front page of the assassination of Archbishop Oscar Romero of San Salvador. How could a Catholic archbishop be murdered in cold blood while celebrating Mass in a nominally Catholic country? I needed to know more.
To be continued……
Father Robert Fambrini
Mi historia continúa
Esta semana he decidido tomar un descanso del orden cronológico de la historia de mi Ministerio para componer una carta" de superposición " que tratará de explicar mi pasión por la justicia social. Este impulso dentro de mí comenzó incluso antes de entrar a los Jesuitas, pero, por supuesto, los Jesuitas participaron en ello.
Yo era estudiante de último año en San Ignacio en San Francisco cuando leí por primera vez la carta del Dr. Martin Luther King desde la Cárcel de Birmingham. Algo acerca de ese testimonio me cautivó y quizás, por primera vez en mi vida, me dio una idea de que mi experiencia en el mundo no era exactamente como la de todos los demás. Mi admiración por la carta aumentó años más tarde cuando supe que el Dr. King había escrito la carta en el blanco de los márgenes de los periódicos y la había sacado clandestinamente de la prisión.
Durante mis años de formación Jesuita me mudé a St. Louis para estudiar filosofía que nunca tuvo sentido para esta persona tan práctica hasta mis estudios de teología varios años después. Allí, en el Medio Oeste, conocí a muchos Jesuitas que se habían cortado los dientes de la justicia social en las reservas Indias en Dakota del Sur. Nuevamente, encontré una experiencia mundial muy diferente a la mía.
Esos dos años en St. Louis me abrieron los ojos a las injusticias en una ciudad en lucha, tanto entre la población negra como entre los blancos pobres de Appalachia. Esto de nuevo fue algo muy diferente de mi propia experiencia personal y provocó una respuesta de mi parte.
En el verano de 1972 participé en un programa en la República Dominicana que tenía un doble propósito: el aprendizaje del español y una exposición a cómo los más leves cambios en las políticas estadounidenses afectan drásticamente a las economías del Tercer Mundo.
Durante el verano de la destitución de 1974 trabajé en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús en San José. La parroquia diocesana estaba llena con ministerios que servían directamente a la población hispana pobre. Entre ellos se encontraba un esfuerzo de organización activo en nombre del Sindicato de Trabajadores Agrícolas Unidos. Fue allí donde conocí a César Chávez y luego me convertí en una presencia regular en Safeway urgiendo a los compradores a boicotear las uvas y la lechuga, para disgusto de mi padre, un Teamster de por vida.
Durante el verano del Bicentenario pasé seis semanas organizando un pequeño vecindario en las Colinas de Oakland. En muchos aspectos esto se convirtió en mi primera experiencia de "parroquia", ya que fui de puerta en puerta en un área de cuatro cuadras preguntando a los residentes sobre sus preocupaciones. Durante los siguientes dos años se instalaron señales de alto en intersecciones peligrosas, desafiamos a los propietarios ausentes a limpiar sus propiedades y obligamos a la ciudad a identificar a los dueños de casas abandonadas que eran una plaga en el vecindario. Desde entonces fui mordido por el bicho organizador y lo he hecho una parte integral de cada parroquia de la cual he sido pastor. La oportunidad de ayudar a la gente a encontrar su voz, experimentar el poder, y exigir que su gobierno local preste atención a sus necesidades como residentes y seres humanos me hablaron claramente de los valores del Evangelio. No es el deseo de Dios que la gente permanezca pobre e impotente.
En el camino, tomé un interés especial en la participación de nuestro gobierno en América Central. Recuerdo hasta el día de hoy mi primera asignación en Santa Ana cuando abrí el LA Times y leí en la primera plana del asesinato del Arzobispo Oscar Romero de San Salvador. ¿Cómo podría un arzobispo católico ser asesinado a sangre fría mientras celebraba misa en un país nominal mente católico? Necesitaba saber más.
Continuará……
Father Robert Fambrini
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