My Story Continues

by Father Robert Fambrini, S.J.   |  10/13/2019  |  From Fr. Fambrini

I have decided to keep my finger on the pause button of the chronology of my life’s story. Over the next two weeks I want to share a bit of my relationship with two Jesuits who were critical to my formation and pastoral ministry history.

First of all, let me tell you that when I read in the Gospels of Jesus promising a hundred of blessings to those who dedicate their lives to him, in my own life I consider that to be the countless friendships I have made in my 52 years as a Jesuit. To be a member of the Society of Jesus is to be part of a large family which extends across the globe. When I enter a Jesuit house in some out of the way place where I have never been before, I still feel at home.

As I wrote several weeks ago, I entered the Society at the tender age of 17. To say I was young would be an understatement. There are, of course, both advantages and disadvantages to this. A definite advantage is that the younger the person is upon entrance, the easier it is for him to be formed. I feel that was my case.

The first Jesuit of any significance I met upon entering the novitiate was my novice director, Fr. John McAnulty. John was a veteran of the Korean War and was present at the release of the American prisoners at Inchon. His entrance class included several other veterans.

John was perhaps the kindest person I had ever met. In speaking with him, it was not uncommon to feel as if you were the only person in the world. Clearly a man of prayer, he was often referred to as “Divine John” as he spoke clearly of his love of God and of the Society. He had an ability to put me completely at ease in his presence, allowing me to have total faith and confidence in his ability to form me.

Of all that happened in my two year novitiate with him one particular incident stands out. The key vow for a Jesuit is obedience and a major part of obedience is to be completely transparent to superiors and spiritual directors. Only by being transparent can spirits be directed and discerned.

At the end of my first year of novitiate I decided to share with John something of my own personal life which I had never shared before with anyone. I was not in crisis. I was very happy in the novitiate but I felt I needed to open my soul completely to him. I honestly felt that there was a good chance he would tell me that I could not continue and would have to return home. I did not know what I would have told my parents. God gave me the grace to take the risk and John provided the opportunity.

After a two-hour long conversation, John told me in so many words: you are fine the way you are. What a relief! My vocation was not only saved but affirmed.

Several years later John founded the House of Prayer for Priests in Los Angeles. It had always been his passion to help diocesan priests in their ministry. He stressed to us as novices that we are to support the diocesan clergy in any way we could. I have tried to emulate his wonderful example. For the first 25 years of my priesthood, I visited John at the House of Prayer for spiritual direction. When I received word that I was appointed Novice Director (details to come; stay tuned), I told him that if I helped one novice as he helped me I would consider my time in the job a success.

John McAnulty went home to God in April 2009 at the age of 88. I was in attendance at his funeral Mass as were than 100 diocesan priests who, by their presence, expressed their profound gratitude and affection for this holy man.

Father Robert Fambrini

Mi historia continúa

He decidido mantener mi dedo en el botón de pausa de la cronología de la historia de mi vida. Durante las próximas dos semanas quiero compartir un poco de mi relación con dos Jesuitas que fueron fundamentales para mi formación y para la historia de mi ministerio pastoral.

En primer lugar, permítanme decirles que cuando leo en los Evangelios de Jesús prometiendo un centenar de bendiciones a los que le dedican su vida, en mi propia vida considero que son las innumerables amistades que he hecho en mis 52 años como Jesuita. Ser miembro de la Compañía de Jesús es ser parte de una gran familia que se extiende por todo el mundo. Cuando entro en una casa Jesuita en algún lugar fuera de mi camino, donde nunca antes había estado, todavía me siento como en casa.

Como escribí hace varias semanas, entré en la Sociedad a la tierna edad de 17 años. Decir que era joven sería quedarse corto. Por supuesto, esto tiene ventajas y desventajas. Una ventaja definitiva es que cuanto más joven es la persona al entrar, más fácil le resulta formarse. Siento que ese fue mi caso.

El primer Jesuita de cualquier significado que conocí al entrar al noviciado fue mi director de novicios, el P. John McAnulty. John era un veterano de la Guerra de Corea y estuvo presente en la liberación de los prisioneros estadounidenses en Inchon. Su clase de entrada incluía a varios otros veteranos.

John era quizás la persona más amable que había conocido. Al hablar con él, no era raro sentirse como si uno fuera la única persona en el mundo. Claramente un hombre de oración, a menudo se le llamaba "Juan Divino" porque hablaba claramente de su amor a Dios y a la Sociedad. Él tenía la habilidad de ponerme completamente a gusto en su presencia, permitiéndome tener una fe total y confianza en su habilidad para formarme.

De todo lo que sucedió en mis dos años de noviciado con él, destaca un incidente en particular. El voto clave para un Jesuita es la obediencia y una parte importante de la obediencia es ser completamente transparente para los superiores y directores espirituales. Sólo siendo transparentes, los espíritus pueden ser dirigidos y reconocidos.

Al final de mi primer año de noviciado decidí compartir con John algo de mi vida personal que nunca antes había compartido con nadie. No estaba en crisis. Estaba muy contento en el noviciado, pero sentía la necesidad de abrirle completamente el alma. Honestamente sentí que había una buena posibilidad de que me dijera que no podía continuar y que tendría que volver a casa. No sabía lo que le habría dicho a mis padres. Dios me dio la gracia de tomar el riesgo y John me dio la oportunidad.

Después de una larga conversación de dos horas, John me dijo en muchas palabras: estás bien como estás. Qué alivio! Mi vocación no sólo fue salvada sino afirmada.

Varios años después, John fundó la Casa de Oración para los Sacerdotes en Los Ángeles. Siempre había sido su pasión ayudar a los sacerdotes diocesanos en su ministerio. Nos subrayó como novicios que debemos apoyar al clero diocesano en todo lo que podamos. He tratado de emular su maravilloso ejemplo. Durante los primeros 25 años de mi sacerdocio, visité a John en la Casa de Oración para la dirección espiritual. Cuando recibí la noticia de que me habían nombrado director de novicios (detalles por venir; manténgase en sintonía), le dije que si ayudaba a un novicio como él me ayudaba a mí, consideraría mi tiempo en el trabajo un éxito.

John McAnulty regresó a casa con Dios en Abril de 2009 a la edad de 88 años. Asistí a su misa de funeral, al igual que más de 100 sacerdotes diocesanos que, con su presencia, expresaron su profunda gratitud y afecto por este hombre santo.

Father Robert Fambrini

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