My Holy Land Experience

by Father Robert Fambrini, S.J.   |  02/02/2020  |  From Fr. Fambrini

Ever since I returned from my pilgrimage to the Holy Land last week, I have been asked many times how my experience was. It has taken me several days floating through ten time zones of exhaustion to arrive finally at a place where I can begin to put my time there in perspective.

First some facts about the trip: it was organized out of the Tijuana/San Diego area by three very competent and patient priests from the Archdiocese of Tijuana. This was not their first rodeo but their first of such size: 150 pilgrims. The mere logistical issues would have driven anyone to distraction but they handled it all with great aplomb.

If you have ever been on such a pilgrimage you know the pace: many events crammed into a single day, going from dawn to dusk, sleeping in a new bed every other night, pushing, pulling, repacking luggage at every turn.

So how to find Jesus in all of this? To be honest, I am still mulling over the experience and I am sure it will take me sometime. His divine life made human came alive for me in bits and pieces: the visitation of the various churches marking the major events of his life, sailing in a boat while gazing over the still waters of the Sea of Galilee, going up to Jerusalem as he did to face his own death, walking through the Via Dolorosa of the Old City marking the Stations as people passed us going about their daily lives.

The events which brought me the most joy were the daily Masses celebrated at every stop. I concelebrated at most of them and was the principal presider on the banks of the River Jordan, just before most of the group “took the plunge.” (I didn’t. Neither did I go for a float on the Dead Sea.)

I am somewhat embarrassed to tell you that the event, brief though it was, which has stuck with me had nothing to do with Jesus or Christianity. Early one evening as we were wrapping up our walking tour of the Old City in Jerusalem, we made our way down to the Wailing Wall. The images I had previously seen of the Wailing Wall had always been of a few people praying in a solemn sacred atmosphere. But as we turned a corner, I heard noises of a party of sorts. It was after sundown on Friday and the Jewish Sabbath, Shabbat, had begun.

The area in front of the Wailing Wall was packed with perhaps a thousand men (women are segregated) singing, dancing, embracing each other alongside orthodox Jews individually praying, rhythmically bowing, pounding the wall in seeming desperation.

The experience was incredible. Neither my eyes nor my mind could take in all I was experiencing. It was as if I had dropped into a party where everyone was high. And I suppose they were, high on a naked praise of God. It left me with the question: what would it be like if we brought that same energy with us each week to the Eucharist?

Father Robert Fambrini

Mi experiencia en Tierra Santa

Desde que regresé de mi peregrinación a Tierra Santa la semana pasada, me han preguntado muchas veces cómo fue mi experiencia. Me ha llevado varios días flotando a través de diez zonas horarias de agotamiento para llegar finalmente a un lugar donde pueda empezar a poner mi tiempo allí en perspectiva.

Primero algunos datos sobre el viaje: fue organizado fuera del área de Tijuana/San Diego por tres sacerdotes muy competentes y pacientes de la Arquidiócesis de Tijuana. Este no fue su primer rodeo, sino el primero de tal tamaño: 150 peregrinos. Los meros problemas logísticos habrían llevado a cualquiera a la distracción, pero lo manejaron todo con gran aplomo.

Si alguna vez has estado en una peregrinación así, conoces el ritmo: muchos eventos atiborrados en un solo día, yendo del amanecer al atardecer, durmiendo en una cama nueva cada dos noches, empujando, tirando, reempaquetando el equipaje en cada turno.

Entonces, ¿cómo encontrar a Jesús en todo esto? Para ser honesto, todavía estoy reflexionando sobre la experiencia y estoy seguro de que me llevará algún tiempo. Su vida divina hecha humana cobró vida para mí en pedazos: la visita a las distintas iglesias que marcaban los principales acontecimientos de su vida, la navegación en una barca mientras miraba las aguas tranquilas del Mar de Galilea, la subida a Jerusalén como lo hizo para enfrentarse a su propia muerte, el paseo por la Vía Dolorosa de la Ciudad Vieja que marcaba las Estaciónes mientras la gente pasaba por delante de nosotros haciendo su vida cotidiana.

Los eventos que me trajeron más alegría fueron las misas diarias celebradas en cada parada. Concelebré en la mayoría de ellas y fui el principal celebrante en las orillas del Río Jordán, justo antes de que la mayoría del grupo "diera el salto". (No lo hice. Tampoco fui a flotar en el Mar Muerto.)

Me da un poco de vergüenza decirles que el evento, aunque breve, que se me ha quedado grabado no tuvo nada que ver con Jesús o el Cristianismo. Un día por la tarde, mientras terminábamos nuestro paseo por la Ciudad Vieja de Jerusalén, nos dirigimos al Muro de los Lamentos. Las imágenes que había visto anteriormente del Muro de las Lamentaciones siempre habían sido de unas pocas personas rezando en una solemne atmósfera sagrada. Pero al doblar una esquina, oí ruidos de una especie de fiesta. Era después del anochecer del Viernes y el Sabbat Judío, el Shabbat, había comenzado.

El área frente al Muro de los Lamentos estaba llena de quizás mil hombres (las mujeres están segregadas) cantando, bailando, abrazándose unos a otros junto a Judíos ortodoxos que rezaban individualmente, inclinándose rítmicamente, golpeando el muro en aparente desesperación.

La experiencia fue increíble. Ni mis ojos ni mi mente pudieron captar todo lo que estaba experimentando. Era como si me hubiera dejado caer en una fiesta en la que todo el mundo estaba drogado. Y supongo que lo estaban, drogados con una alabanza desnuda a Dios. Me dejó con la pregunta: ¿cómo sería si lleváramos esa misma energía con nosotros cada semana a la Eucaristía?

Father Robert Fambrini

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